A menudo se piensa que nuestros ancestros del Neolítico tenían un tipo de vida terrible. Que se debatían entre las enfermedades, los dolores y el hambre, siendo además esclavos de sus bajas pasiones y torturados por su ignorancia. Siento decepcionarte. Con mucha probabilidad, esa gente era más feliz que tu vecino del cuarto.
Tenían conocimientos matemáticos y astronómicos mucho más avanzados que tú. Sabían vivir de la tierra, en tal comunión con ella que ésta les proporcionaba mucho más de lo que necesitaban. Se adaptaban a los cambios; no lloriqueaban por los rincones cual Euríloco en la isla de Eea ante el menor contratiempo. Dudo incluso que tuvieran en su Haber el concepto de contratiempo.
En esos días remotos, desde el V milenio a.C. hasta bien entrado el II milenio a.C., nuestros ancestros protagonistas ocupaban su tiempo, entre otras cosas, levantando monumentos tan impresionantes que hoy siguen asombrando incluso al arqueólogo más espabilado. Desde los elegantes y solitarios menhires, a los misteriosos crómlech, pasando por alineaciones de piedras, dólmenes y túmulos.
A ojos poco imaginativos, no les parecerán más que piedras. Nada más lejos de la realidad. Los megalitos eran brújulas, calendarios y templos. Eran lugares de consulta, de reflexión y de debate. Los constructores no jugaban de forma inconsciente con las piedras: escribían historias en el tiempo y el espacio, colocando cada elemento en el lugar exacto. Ellos miraban al cielo con más seriedad que nosotros.
Lo diseñaban todo con un propósito. Y más que el “para qué”, yo me pregunto, “cómo”. La respuesta es la observación, a lo que añado el conocimiento, porque para saber cuál es el día más largo, uno tiene que haber visto muchos días, anotado muchos datos y pasado mucho tiempo mirando hacia arriba. La procesión equinoccial necesita una observación, una organización y unos cálculos que no imaginamos hace 4.000 años.
El arqueoastrónomo Giulio Magli propuso incluso que los megalitos de Göbekli Tepe están alineados con la estrella, Sirio (Magli, 2015). Entenderíamos esta alineación en Egipto, ya que el orto helíaco (primera vez en el año que es visible una estrella) de Sirio coincide con la crecida del Nilo, un tema vital para el calendario agrícola. Sin embargo, en la región de Anatolia la agricultura no estaba tan asentada en el sistema económico en tiempos de Göbekli Tepe (Schmidt, 2006); por lo tanto, es poco probable relacionar esta alineación con el agro y más plausible con la cultura ritual. Pero, aun así, me resulta fascinante.
En la Península Ibérica, también nuestros ancestros primitivos miraban al cielo antes de colocar sus piedras en la tierra. Así parece que se levantó el dolmen de Soto, en Huelva, un gran dolmen corredor construido hace unos 5.000 años (Linares & Coronada 2015). Su orientación no es casual: cada equinoccio de primavera y otoño, los primeros rayos de la mañana van iluminando poco a poco la cámara funeraria, hasta llegar a inundar con luz todos los rincones del sueño de los muertos.
Tal vez comenzara siendo un calendario en piedra y, para después convertirse en morada de huesos. Quizás alguien se dio cuenta de que, en los equinoccios de primavera y otoño, los días y las noches duran lo mismo. Alguien, quizás, enlazó esta idea y quiso que cuando se cerraran los ojos a la vida se abrieran a un nuevo amanecer. No lo sabemos, lo que sí tenemos claro es que devolver, aunque simbólicamente, la luz a las tinieblas es un concepto muy avanzado, incluso para muchos de nosotros hoy en día.
En este caso, nuestro primitivo arquitecto tendría también algo de poeta, una sensibilidad que, 5.000 años después, gran parte de la humanidad ha perdido. Quizás, cambiando la mirada, comprendamos que aquellos tiempos pretéritos fueron, sin duda, la edad de oro del mundo primitivo. Un bonito pensamiento.
REFERENCIAS
- LINARES CATELA, J. A., & CORONADA MORA MOLINA. (2015). El dolmen de Soto: una construcción megalítica monumental de la Prehistoria Reciente de la Península Ibérica. PH: Boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, 23(88), 102-109.
- MAGLI, G. (2015). Sirius and the project of the megalithic enclosures at Gobekli Tepe. Nexus Network Journal. Kim Williams Books, Turin.
https://doi.org/10.1007/s00004-015-0277-1 - PARKER PEARSON, M., & RAMILISONINA. (1998). Stonehenge for the ancestors: The stones pass on the message. Antiquity, 72(276), 308-326
- SCHMIDT, K. (2006). Sie bauten die ersten Tempel: Das rätselhafte Heiligtum der Steinzeitjäger. Die archäologische Entdeckung am Göbekli Tepe. C. H. Beck.